Desde hace ya algunos años la cocina está de moda.
En todas las cadenas de televisión encontramos algún concurso o programa relacionado con la comida.
Los alimentos ecológicos, la agricultura tradicional o la compra de productos a granel son tendencia absoluta pero, aunque se recuperen técnicas saludables y se vuelva cada vez más a lo sano y natural, seguimos sin prestar atención de verdad a lo que implica comer.
Creo que dos de las de principales razones por las que hemos olvidado lo que significa sentarse a una mesa es el excesivo culto al cuerpo, ya que nos limita muchísimo a la hora de disfrutar de lo que comemos (yo esto no lo pruebo porque engorda… Uff hoy me estoy pasando… nada de trigo… nada de lácteos), y el otro, por supuesto, es la falta de tiempo.
No estoy defendiendo que debamos atiborrarnos de comida, dejar de cuidarnos o tomar postre a diario, simplemente estoy convencida de que en el término medio está la virtud, y que hay cosas fundamentales para nuestro espíritu que se están perdiendo por culpa de las modas y el estrés de vida que llevamos. Me explico:
Los que hemos tenido la suerte de vivir en casas en las que la comida no tenía nada que ver con la nutrición, la alimentación o la cantidad de proteínas o de quinoa que se deben consumir al día, sino que era el momento de encuentro, de charla, de unión y de debate, de lo mejor y lo peor del día, de contar como había ido el examen de turno, en definitiva, era el momento de hacer familia y crear hogar, creo que valoramos de forma especial la cocina y todo lo que ella conlleva.
Ahora en las casas cada uno come a una hora, una comida distinta, viendo la tele, mirando el móvil… En definitiva, sin comunicarse, sin compartir.
Mi abuela Isabel, gran cocinera, número uno en encontrar la mejor materia prima y sacarle el máximo partido, perfecta en la presentación de sus platos y magnífica repostera, me enseñó que el pan nuestro de cada día no era solo pan…
El arte de poner una mesa de forma impecable o simplemente servir el café en una bandeja con un poco de esmero, son cosas que ahora solo se hacen en Navidad o en alguna fecha especial cuando en realidad debería ser algo diario. Recuerdo que me decía “si tienes que hacerlo ¿qué trabajo te cuesta hacerlo bien?”.
Recuerdo que el día de cada uno de nuestros cumpleaños ponía la mesa con algún toque especial y que ese día siempre hacía la comida preferida del homenajeado. Mi favorita era la fideuá y las pechugas con piña, mi hermana Sibi siempre elegía garbanzos o judías, cosa que al resto de primos les sentaba bastante mal… jajaja.
Es un privilegio recibir cariño en forma de sabores o aromas porque esas sensaciones no se olvidan jamás.
Esos olores son los que nos hacen volver a nuestra infancia una y otra vez para sentirnos tan felices como entonces o incluso para imitar ciertos comportamientos y conseguir que nuestros hijos vivan aquello tan maravilloso que una vez vivimos nosotros.
También recuerdo que de pequeños no nos dejaban comer en la mesa con los mayores y nos tocaba quedarnos en la cocina con nuestros baberos y los platos de muñequitos escuchando las “coplas” y las historias de Antonia, la tata.
A partir de los 8 años, mi abuela nos pasó a una mesa en el office, en la que ya teníamos mantel, servilletas de tela y los cubiertos de los mayores. En ese momento no entendí porqué ese paso intermedio, pero claro, tenía todo el sentido, aún no teníamos edad para escuchar ciertas conversaciones o probar según qué comidas, pero teníamos que aprender a usar los cubiertos, a servirnos y, sobre todo, a no mancharnos, condición sine qua non para poder tomar postre.
En mi opinión, saber comportarse en una mesa es fundamental para enfrentarte al mundo, estar relajado y actuar con naturalidad solo se consigue si se tiene, aunque sea, las nociones básicas.
Con todo esto lo que os quiero transmitir es que muchos de mis recuerdos bonitos son alrededor de una mesa, coincidiendo, compartiendo, a veces con más prisa otras con menos, comiendo más o menos sano, con más o menos apetito… Pero siempre dando importancia a aquello que se creaba en ese momento en el que todos nos sentíamos parte de algo.
También me gusta estar al otro lado y desde pequeña me metía en la cocina a observar, a preguntar, incluso a veces me dejaban hacer algo, como preparar huevos pasados por agua con mi abuelo Manuel, rezando justo tres Padres Nuestros para que no se pasaran.
Esto es algo que le voy a transmitir a Carmen, de hecho, como me encanta cocinar y cada día invento una receta nueva, he decidido escribirlas en un cuaderno para que de mayor ella las tenga.
Espero haber sabido transmitir todas esas maravillosas sensaciones y convenceros de que hay cosas que no podemos perder.
¡Besos a todas y buena semana!